Hal Ashby (Dirección)
Director y editor de cine estadounidense nacido en Ogden, Utah. Fue un personaje atípico en el mundo del cine, que dejó una filmografía digna de elogio, repleta de pequeñas obras maestras en las que refleja el sello de un autor sobresaliente. Desde muy joven su destino estuvo marcado por la fatalidad. Su infancia en Utah no fue todo lo placentera que un joven mormón podría soñar. Su padre, tras un complicado divorcio, decidió que el camino más corto hacia ninguna parte era el suicidio. Ashby dejó atrás su pasado y puso rumbo a Los Ángeles en busca de fama y fortuna. Encontró ambas en su trabajo como ayudante de montaje. Rápidamente despuntó. Mejoraba cada película que pasaba por sus manos. Dotaba a cada secuencia de un ritmo y un estilo único. Era el mejor montador de Hollywood, él lo sabía. Los demás también. En 1967 ganó el Oscar al mejor montaje por, En el calor de la noche, asfixiante, enfermiza y envolvente película dirigida por Norman Jewison. El siguiente paso no tardaría en llegar. Sin duda, era el momento de pasar a la dirección con The Landlord (1970), pero realmente asombra a crítica y público con la extraordinaria Harold y Maude (1971), una rareza imprescindible para entender la genialidad de un cineasta en estado de gracia y el estilo que se imponía entre las nuevas generaciones lideradas por Coppola, De Palma, Friedkin y Cimino, entre otros. Mucha barba, mucho talento y poco respeto por el corsé de los estudios. La primera piedra estaba bien asentada, pero faltaba empezar a construir el edificio. Cintas como The last detail (El último deber, 1973), con un genial Jack Nicholson y Shampoo (1975), con Warren Beatty haciendo el papel más canalla de su carrera demostraron que, además, era un director taquillero y no sólo un artesano de elite. Pero lo mejor estaba por llegar. El final de la década le llevó a rodar dos filmes inolvidables, Coming Home (El regreso, 1978), película con la guerra del Vietman como telón de fondo, donde sirvió el Oscar en bandeja a Jane Fonda y Jon Voight y la increíble Being There (Bienvenido Mr. Chance, 1979), donde Peter Sellers demostró que es mucho más que un excelente actor de comedia en una de las mejores películas de la década. Ashby ya tenía fama de hombre complicado. Lo era. Con un aspecto de hippie en viaje de ida y su actitud de marciano en misión de paz empezaron a circular todo tipo de rumores sobre su persona. Sus adicciones y consumos cada vez menos moderados hicieron el resto. Tiró su matrimonio a la alcantarilla de Hollywood y empezó a dejarse ver, y oler, con todo tipo de mujeres. Comenzó la inevitable caída. Los ochenta no fueron buenos. No podían serlo. Fiascos en taquilla, pérdida de credibilidad en los estudios y la puntilla final: un cáncer pancreático le escribió un final rodado con escaso presupuesto. Ashby moriría el 27 de diciembre de 1988 en su casa de Malibú. Atrás dejó muchos buenos momentos y una manera de entender el cine que asombró a los estudios más conservadores. Era el sello de Ashby, sus mejores películas eran insuperables, las menos buenas, sobresalientes.